domingo, 27 de noviembre de 2011

Las tortugas ninja





Y me reitero en la idea de la bendita ignorancia. Porque si todo en este mundo se pudiese comprar con dinero, yo atesoraba los días en los que me quejo del mal funcionamiento de la línea uno de metro como si esa fuese la mayor de las desgracias que pudiese pasarme y pagaría por volver a ellos. Hay un punto entre la adolescencia y lo que viene después en el que pasas de huir de la rutina a abrazarla con ansia, un día en que se te acaba el peterpanismo de manera forzada: resulta que el cuento no es como te lo habían contado porque no es factible conseguir que tu existencia orbite como tarea principal en matar al dragón y besar a la princesa. Se te acaba el peterpanismo cuando te toca vivir esa circunstancia en la que te preguntas a tí mismo qué cojones hago yo aquí y por qué no tengo otra elección.

Por eso mismo me regurgito cuando oigo por enésima vez tu teoría de la coraza, el caparazón, las capas de la cebolla o lo que c*** te apetezca llamarle esta vez. Cada vez que le cuentas a alguien lo guay que eres por lo difícil que te resulta establecer relaciones de verdadera confianza con el resto debido a los muros que la vida te ha forzado a levantar, estás escribiendo en tu frente la palabra capullo. La mentira esta tan trillada que la gente se ruboriza al oírla. El único problema que tienes es que estás tan desesperado por exponerte a una vida que no llega, que tratas de que no sea tan obvio lo vulnerable que eres, "inventándote" semejante patochada. Y en esa adicción a la sensación de que podemos controlar todo lo que nos pasa, lo único que conseguimos es que el impacto con la realidad sea más fuerte. Madura un poco, anda, capullo.

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