domingo, 25 de noviembre de 2012

Barbie Boy



Paso número uno: 

Métete aquí.




Paso número dos: 

Prosigue con tu vida como si nada hubiese pasado, o al menos inténtalo. Intenta convencerte a ti mismo de que tu café es un caro zumo antioxidante, de que tus ventanas dan al West Hollywood y de que el mayor de tus problemas el día de hoy es que tienes que llevar a fluffy al veterinario porque te hace la caca blanda. No quiero pagarlo contigo, Orlando Soria, porque eres un interiorista y bloggero muy molón, pero lo de convertirte en máximo estandarte del afán de protagonismo americano y de la atmósfera gay de plástico fino, ha sido un craso error completamente innecesario. 

En cualquier caso, Orlando, valiente, ha denunciado un problema que, para el que lo padece, sabe que es como un bosque de sequoias, en el que no se ve nada claro ni se conocen los límites. Lejos de ser un asunto circunscrito al planeta de los ponis, todos al padecer inseguridades sabemos cubrirnos el cuerpo con capas y capas de superficialidad y buscar el halago fácil, aunque a la larga, esto es un remedio poco efectivo. Así es como, en busca de una solución al problema he decidido remontarme a sus orígenes, reeditando el post de Soria, dándote soluciones y creando mi propio decálogo:




¿Por qué tan inseguro?  


     1. A mí no me señales con el dedo. 

Cuando alguien se caga en tu puta madre no dudas sobre la profesión que ésta ejerce ni sobre que tenga la cabeza llena de heces, no entiendo entonces porqué cuando te llega un mal feedback lo asumes automáticamente como verdadero. En mi último encontronazo me soltaron la siguiente joyita: el problema es que has sido tú mismo... Blíndate contra el agravio porque la gente puede ser increíblemente estúpida.  
    

     2. Modestia aparte. 

Gracias, gracias, por favor, para, que me pongo coloradete. Encajar los halagos forma parte de ser modesto y si me apuras, resulta hasta sexy. Cuando desprecias un reconocimiento no estas siendo humilde, estás evidenciando que no te gustas. Aunque no estés de acuerdo con el calificativo positivo, tómatelo como una paga extra, a nadie le viene mal que le den dinero.


    3. Quiero ser como Beckham.

Decía Einstein que si un pez se juzga a si mismo por su capacidad de trepar árboles, pasará su vida sintiéndose un estúpido. Saber donde están tus limitaciones y no ahogarse en el mar de las comparaciones te hace más fuerte. Que si, que vale, que siempre va a existir alguien mejor que tú en cualquiera de los ámbitos, la pregunta es: ¿y qué? 

   
    4. Salto con pértiga.

Hay que ser realista en esta vida. Si jamás vas a medir más de un metro noventa centímetros no tiene demasiado sentido que te propongas tomar el relevo de Gasol. La grandeza de un hombre se mide por la magnitud de sus inquietudes, por eso tienes que tener grandes metas, pero los objetivos diarios tienen que ser pequeños y acordes a tu capacidad si quieres asegurarte el éxito.


    5. Cariño, ¿estoy gorda?

Al igual que tú sabes que siempre va a haber alguien mejor que tú en cualquiera de tus competencias, lo sabe la gente a la que le importas, lo saben de una manera muda y ausente, porque no les preocupa. Lo que Orlando Soria no entiende cuando se plantea que su novio está en el vestuario del gimnasio viendo cuerpos más fibrados que el suyo, es que todos somos un conjunto súper accidental de átomos y experiencias irrepetibles e inigualables. Me la trae al pairo que veas a chicos más guapos que yo, nadie te va a dar lo que yo te doy como yo te lo doy. 

    
    6. ¿Quién es ese del espejo? 

Si tu eres pleno conocedor de tus virtudes y tus defectos sabrás lo que puedes abarcar de manera competente y satisfactoria, y te alejarás del fracaso que agrava la inseguridad. Además, no te pillará de sorpresa cuando algún espíritu succionador de alegrías venga a amargarte recordándote que tienes una oreja mas caidita que la otra: ya lo sé y me encanta, es mi sello personal. 


   7. El bagaje.

No te olvides de que por mucho que vayas de víctima, tú eres el peor de los jueces. Así pasamos por alto que conocer a gente nueva es una oportunidad para entrenar un poco de role playing, y que los que ya nos conocen no dominan tanto nuestro conocimiento sobre nuestras inseguridades como lo hacemos nosotros. Si caminas como un perro y ladras como un perro te conviertes en un perro, juega a estar seguro de ti mismo y deja atrás lo que has vivido hasta ahora, a ver qué pasa.  


   8. Autorretrete.

La imagen es nuestra carta de presentación a corto plazo y si no estamos a gusto con ella el tufillo a inseguridad nos invade. Es increíblemente fácil caer en la obsesión del culto al cuerpo cuando el bombardeo sobre la perfección física es constante, por eso uno de los experimentos más recomendables a la hora de objetivizar el juicio es el de desmitificar a esa gente. Cuando pasas tiempo con esos privilegiados que parecen hechos por encargo y que a primera vista tienen todo lo que se necesita para ser feliz en su cara, rápido te das cuenta de que dios no existe.


   9. No me dieron suficiente cariño en la infancia.

En Psicología se estudian las atribuciones de causalidad como uno de los factores más importantes a la hora de determinar el curso y aparición de los trastornos del estado de ánimo. Entenderte mejor pasa por saber cuáles son los motivos que te han llevado a ser como eres. Hay circunstancias que se escapan a nuestro dominio y que dejamos que nos influyan como si fuesen culpa nuestra: no te definas a ti mismo con calificativos que no provengan directamente de experiencias donde hayas sido tú mismo, donde tú hayas sido el protagonista. Y por supuesto, no tienes la culpa de no ser el sobrino favorito.


   10. Mi zona de confort. 

Este es el barrio residencial de los inseguros. Todos dudamos de nosotros mismos en algún momento, pero sólo los que responden a esas dudas actuando se superan. La falta de intentos no te preserva del fracaso, simplemente dilata su ocurrencia. 

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