jueves, 4 de julio de 2013

La suerte de mi vida






Me encantan los opuestos. Recuerdo cuando presenté mi proyecto de fin de Máster en clase (quiero pensar que ha sido una de las cosas más arriesgadas que he hecho jamás... Si vieseis el proyecto, entenderíais a que me refiero) provocando de todo menos indiferencia, con la sorpresa que provoca encontrarte un cojín con un estampado de calavera sobre una silla Luis XVI o luminarias en forma de cuervo en una pared sobre un vinilo de hojas de plátano... Mariconadas aparte, si te estoy hablando de piezas de interiorismo básicas que no te importan lo más mínimo es para contarte que, la vida es tan divertida que todas las situaciones por las que pasas son susceptibles de ser transformadas en su opuesto: es lo que se conoce como tragicomedia y es lo que están siendo mis últimos días en este país. Pasad y sentaos que voy a narrar el primer acto. 

Es cierto eso que dicen de que en los momentos más adversos de tu vida aprendes las cosas más relevantes de ti mismo y de los que te rodean. Es una putada no poder tenerlo todo, una putada muy grande cuando tienes que desprenderte, aunque sea temporalmente, de cosas que consideras imprescindibles para que los cimientos que sostienen la persona que eres no se caigan. Pero cuando ves a la gente a la que quieres y admiras realmente triste porque te vas, te das cuenta de que hay algo que estás haciendo muy bien. Mi familia, mis amigos... algunos de ellos conocidos este año, gente que ha sentido la necesidad de expresarme cuánto desean que me vaya mal en Canadá para volverme pronto y estar junto a ellos. Qué maravilla. Me voy de este país con una mano delante y la otra también, con una insatisfacción laboral indescriptible, pero encantado de haberme conocido porque, como ya te dije a principios de este año, maleta en mano y sin casa, soy una persona increíblemente afortunada, no sólo por lo que tengo, sino porque además sé valorarlo.